Una senda de meditación que parte del corazón, atraviesa la razón y retorna al mundo transformado.
En Shelamá, la interioridad no es evasión: es presencia lúcida, es acción nacida del silencio.
Por eso, los caminos de interioridad que aquí proponemos no son un simple método, sino una arquitectura simbólica del alma. Cada persona es invitada a caminar hacia dentro de sí misma a través de prácticas antiguas y vivificadas: el arte de meditar con todo el ser, el silencio que ordena la mente, la contemplación que transforma la mirada.
Nuestra propuesta se enraíza en el método de meditación Caminando Tierra Adentro, inspirado en el método de oración de San Juan Bautista de La Salle, heredero ilustre de la Escuela Francesa de Espiritualidad. Lo acompaña una reinterpretación contemporánea del Trivium y el Quadrivium, no como saberes académicos, sino como lenguajes interiores para comprendernos mejor. Y se despliega sensorialmente a través de la Lectio, la Visio y la Audictio Divina: leer, ver y escuchar con el alma.
Todos estos caminos convergen en un solo propósito: recuperar el centro, ese lugar donde la mente, el corazón y el cuerpo se ordenan para volver al mundo con claridad y sentido. En este centro es donde alcanzamos tener shëlamá en nuestras vidas.
“Antes de hablar con Dios, hay que entrar en uno mismo.”
Esta fase nos invita a hacer una pausa, respirar con conciencia y dejar fuera el ruido.
Es el momento de volver al presente y comenzar a escuchar lo que habita en nosotros. Así se activa la gramática interior: reconocer cómo me siento, qué pensamientos me habitan, qué lenguaje interior me guía.
"Meditar es contemplar algo para transformarse con ello."
En esta fase, nos detenemos a meditar una máxima, una virtud o un misterio según la fuente elegida.
Lo leemos, lo contemplamos, lo dejamos resonar. Luego preguntamos: ¿qué me dice esto a mí?, ¿cómo lo llevo a mi vida? Aquí se activa la lógica interior: cómo comprendo, cómo aplico, cómo permito que la sabiduría se encarne en lo cotidiano.
" La meditación no termina dentro de uno mismo, sino al regresar al mundo con una mirada transformada."
Esta fase nos invita a integrar en la vida lo meditado, agradecer el silencio y ofrecer sus frutos en la cotidiano Es el momento de activar la retórica interior: cómo me narro, cómo actúo, cómo comunico al mundo lo que he descubierto en lo profundo.
Aprender a escuchar cómo hablamos con nosotros mismos. Identificar las palabras que usamos internamente, los juicios que nos repetimos, las emociones que no hemos nombrado. La gramática interior nos permite reconocer el lenguaje que habita en nosotros antes de intentar transformarlo.
Cada persona tiene su propio modo de unir ideas, justificar emociones y sostener creencias. La lógica personal nos ayuda a descubrir cómo pensamos lo que pensamos, qué estructuras internas dan sentido —o confusión— a nuestra experiencia. Observar esta lógica es el primer paso para depurarla con claridad y compasión.
Todos contamos una historia sobre quiénes somos. La retórica de vida nos invita a observar cómo nos narramos ante los demás y ante nosotros mismos: qué mostramos, qué ocultamos, qué relato repetimos. Comprender esta narrativa interior nos abre la posibilidad de vivir desde una verdad más libre y coherente.
Cada emoción, pensamiento o acción tiene un peso y un ritmo. La aritmética interior nos ayuda a observar nuestras proporciones: ¿qué nos excede?, ¿qué nos falta?, ¿qué está desbalanceado? Aprender a contar desde el alma es reconocer el valor real de lo que sentimos.
Somos forma y estructura, aunque no siempre lo notamos. La geometría simbólica revela nuestros patrones interiores: figuras repetidas, esquinas rígidas, círculos no cerrados. Visualizar nuestra configuración nos permite reorganizarla desde la armonía.
Cada ser humano vibra en una frecuencia única. La música del alma nos invita a reconocer nuestras resonancias internas: los tonos que nos calman, las disonancias que nos alteran, los silencios que nos sanan. Escuchar esa melodía es empezar a afinarla.
Así como los cielos tienen ciclos, también nosotros giramos en órbitas interiores. La astronomía contemplativa nos enseña a observar nuestros tiempos: los regresos, las estaciones del alma, los eclipses y plenitudes. Contemplar ese cielo nos devuelve sentido.
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